Buscando el blog

miércoles, 15 de septiembre de 2010


Letras que hicieron un cuento

La dama gris

Y me habló otra vez, y me dijo que yo lo conocía muy bien, sólo que no recordaba…
Que me fijase en el libro que habíamos estado leyendo juntos, que allí lo encontraría, al caballero, desnudo, susurrándome esta historia.
No le creí, tapé con ambas manos mis oídos y le grité que se fuera, que me dejara en paz o que me dejara, así. Y lo escuché, lo escuché reír (su risa me resultó familiar), pero ¿con qué derecho podría él estar riéndose de mí? y de ese modo, porque comenzó a hacerlo a carcajadas, qué le resultaba tan gracioso… ¿Mi resistencia a aceptar que él no se había ido nunca? Por qué causaría risa ver a alguien llorar… Porque rompí a llorar, a llorar como una tonta, a llorar como la lluvia hasta aburrirme de mi torpeza. Porque tal vez habría sido torpe, o seguía siéndolo. Mi vida también podría haber expirado sin que me diera cuenta, todos a la vez. Quizás el miedo no me dejaba mirar, relacionar; luchaba contra mi razón sin razón, ¿y quién era más dueña que yo para decidir si él debía seguir aquí o no? ¿Acaso Él?
– Tiene sentido – me sorprendió esta vez aplaudiendo – Lo tuvo para mí, vos no querés escucharme pero es así.
– ¡Basta! – Le repetí diez veces, y diez veces más y sin parar, y la habitación se volvió un ensordecedor ring de insultos, donde las palabras atacaban sin reglas, donde ya no importaba cuál era la realidad, y otra vez me pareció conocerlo, al igual que esa situación, casi de disfrute.
Se hizo silencio, sería el mismo silencio que salía a relucir cuando con él discutíamos por ver quién se sentaba en cuál lugar, o si lo que decía alguno por ahí era razonable o no, o al volver de alguna salida social, por cualquier cosa que había ocurrido allí, o por celos o prejuicios que queríamos desechar sin poder hacerlo, a veces pasábamos horas sin hablarnos, con besos de por medio hasta risas o carcajadas, o miradas feas y caras nuevas concursando la morisqueta más original, ¿sería ese mismo hueco de silencio para tirar al olvido todo lo que no nos gustaba de nosotros?.
Fui a la cocina a servirme un vaso de agua y serví uno para él. Me lo tomé enseguida, tenía mucha sed, me tomé los dos vasos, el mío casi sin respirar y el suyo con sabor amargo.
Todavía no me animaba sin embargo era natural admitir que lo quería, que lo había querido, que había sido él el único capaz de sobrellevarme… Sí lo recordaba, él había sido mi gran amo r, casi sin darnos cuenta habíamos andado toda una vida juntos, no importaba el tiempo, nunca importó mucho, los años no significaban absolutamente nada en esos lapsos en los que parecíamos estar sólo él y yo. Cuando alguien preguntaba donde quedaba alguna plaza, tal barrio o tal hotel, nos mirábamos e inmediatamente le ofrecíamos acompañarlo, y así a cuántos habremos acompañado. Una noche nos invitaron un choripan, ¡un chori-pan! Cómo se reía después a carcajadas, y con qué ganas comimos, habíamos andando todo el día sólo con las galletitas de agua y el agua del té en el estómago, pobre barba le bajamos todo el vino. Y la vez que acompañamos a las dos viejitas que se peleaban por agarrarlo del brazo, yo me quedé parada en una esquina y ni cuenta se dieron. Hasta que él a las dos cuadras me llamó, y los dos corrimos al encuentro como en esas películas que miraba mi mamá y mi hermana, y nos abrazábamos y besábamos como si se fuera a terminar el mundo, y a veces terminaba.
Es lindo recrearlo y recrearme, y recrearnos juntos, pero ya no está. Esa voz…no, no puedo estar escuchándolo. El se fue… A pesar de que algún día me había dicho que nunca me dejaría sola, solo yo tampoco a él. Quién es entonces el que me habla ahora. No es su voz. ¿O será él?
– Ni siquiera puedo oír mi voz – murmuró la voz –. Escucho tus pensamientos fragmentados y me da impotencia no poder abrazarte. No quise reírme, tampoco gritarte, ni callarte. Pero soy yo.
No podía estar oyendo lo que mis oídos y mi mente querían hacerme creer que oí.
– Es mentira –. Le grité sin moverme.
Miré otra vez para arriba, para abajo, y para todos lados, hallé su foto en mi cabeza y la vi deshacerse en pedazos, asimismo cada carta, cada caricia, hasta su olor comenzó a perecer. Esa voz no podía tener razón, ella-él no era real, ella no era él, ese libro…
Me fui a acostar. Iba a intentar dormir una vez más hasta que el sueño me cansase. Pude dormirme y soñar un largo rato, soñé con casas azules a lo lejos y un sol oscuro que no dejaba de crecer, y crecía y seguía creciendo y me encerraba en su círculo hasta que ya no podía ver más que su oscuridad, y sentí frío. Desperté. Tuve que buscar un abrigo porque tenía frío… Me propuse seguir mi vida normal de ayer cuando aún no me había acercado a sus melenas, lo extrañaba, ese viaje repentino que había tenido que hacer, ¿por qué?... En fin, ya lo volvería a ver, ahora tenía que limpiar, como me había dicho mi hermana, tendría que elegir qué plantas llevarme porque no quería llevarlas a todas… mejor no me llevaría a ninguna, al mirarlas sentí que me acusaban, por eso quise abandonarlas, igual que ellas a mi. Me tomé un café y comí las últimas tostadas que quedaban en la lata, que por fin me había decidido a tirar una vez que las terminase. Barrí todo pintándome el ánimo, sin desperdiciar ningún color, incluso barrí el balcón, sin distraerme ni un segundo en el parque de la casa de al lado. Saqué las cortinas y las acomodé en una bolsita de tela que había dejado a propósito para guardarlas. Y empecé a sentirme mareada, apoyé la cabeza en la pared para recomponerme pero otra vez la oí, y quise negarlo. Lo oí. No. Pero lo oí. No.
– Me oíste. Sí – Exclamó.
– ¡No!
– ¡Sí!
– ¡Sí te oí! – grité. – ¡Pero no puede ser verdad! ¡Cómo un libro va a contarte tu muerte!
Por primera vez me referí a él, (si era él), con la palabra muerte.
Es la vida así, vivir, y dejar de vivir, y tal vez si es verdad lo que dicen, volvamos a renacer en algún ser que ni imaginábamos ser. Y si no quizás sigamos construyendo vida por allá, quién sabe, en algún lugar. Uno no sabe nunca cuando se va a morir. Tampoco exactamente cuándo perderá a quien ama.
– Te dije que yo era el caballero – volvió la voz, esta vez más serena. – El caballero del libro, ese libro que habíamos conseguido en un puesto de esa feria de trueque de Azul, que trocamos por una caja llena de collares que vos misma habías hecho con tanta paciencia y la ilusión de armarte un vestido con ellos, como le contaste al ex dueño del libro que pensabas vestirte con lo que le estabas dando, este se sensibilizó y nos dejó llevar también “La dama gris”, ¿te acordás? cómo nos reímos con esos títulos.
No me animé a detenerlo, lo escuchaba con extraña atención.
– Ahí empezamos jugando a que yo era el caballero – siguió la voz –. Agradecimos al hombre por ambos libros y nos fuimos riendo durante todo el viaje. Cuando llegamos a casa pusimos cada libro en cada uno de los estantes flojos de la repisa-biblioteca y dijimos que el primero que cayera sería el que empezaríamos a leer. Y la noche que volvimos del cumpleaños de tu vieja el libro del caballero cayó. Entonces no resistimos hasta el otro día para empezar. Así entusiasmadísimos comenzamos cada noche a leernos el uno al otro, mientras nos acurrucábamos y mimábamos entre líneas.
“El caballero de negro, y de blanco” fue atrapándonos poco a poco a los dos. No como otras veces en que yo elegía que leer y terminabas enganchándote más vos, o al revés, cuando empezabas a leer algo que se te ocurría a vos terminaba gustándome más a mí y vos te dormías, o te ibas a hacer algo más interesante, como los crucigramas, o los collares de dijecitos verdes y violetas que volviste empezar para tener algún día tu vestido, o decías que tal vez podría llegar a servirnos en otro trueque. Esta historia era distinta, esperábamos que llegara la noche después de la cena con café o chocolate, o sin, pero los dos queríamos leer, o escuchar leer, lo que hacía yo, bah el caballero, que cuando se vestía de negro tenía aventuras más audaces, viajaba por el mundo, se emborrachaba o hasta a veces terminaba bailando solo en el mar, ¿te acordás?, a vos te gustaba leerlo cuando se vestía de negro porque decías que así él era más feliz, yo no estaba de acuerdo con eso. En cambio cuando se vestía de blanco pintaba y le iba muy bien, de esa forma el caballero se ganaba la vida, y vivía de lujo, sus obras eran obras maestras admiradas por toda la gente, y se lo reconocía como el caballero vestido de blanco que no desperdiciaba ningún color. A veces terminábamos discutiendo por esto de cuándo el caballero vivía mejor… Hasta que en una página… el caballero de negro, y de blanco, enfermó.
– ¡No sigas! – estallé diciéndole. – No sigas, por favor, tengo frío. Y no quiero escuchar más.
Luego de un breve, absurdo e inevitable silencio me animé a tomar la posta en el relato, porque ya podía recordarlo todo, era cierto, el caballero un día enfermó, y ya no se vistió más de negro, ni de blanco, no se vistió más de ningún color. Porqué habría tomado él esta decisión, no lo sé ¿acaso estaba dejándose morir? Estas eran algunas de las líneas que seguían:

“…El caballero desnudo quedó, pocas eran sus siestas de vida y él lo sabía, habría elegido no vestirse quizás para no ser recordado en ningún color, o tal vez tanto dolor le habría hecho olvidar su desnudez… Era imposible mirarlo sin sentirse impactado, aquel hombre vivaz, tan alegre y enamorado de la vida ya no era el mismo. Su cuerpo con más huesos, parecía a punto de desgarrarse, algún extraño ser estaría carcomiéndolo por dentro, aquellos ojos dulces y transparentes de antes ya no estaban en él, hoy sólo había vidrios en su lugar, y tras ellos podía verse una multitud de sombras incendiándose, y al acercarse más aún al moribundo, podían oírse las voces asfixiadas y etéreas de esas sombras, pidiendo auxilio y consuelo a cualquier precio. Sin duda daba él una imagen aterradora y humillante para la humanidad. Era una burla a la vida de cualquier ser... Pero nadie se atrevía, paradójicamente, a matarlo. (Cuando esto en verdad ¿no sería aliviarlo?), ni su ama-da tenía la valentía de salvarlo. Ella sólo lo cubría de flores creyendo animarlo, y esperaba ansiosa verlo sonreír, y parte de él lo hacía, para contentarla, para darle sus últimos caprichos inocentes, sin embargo el caballero estaba sufriendo y sólo esperaba su merecida hora final… Su mente desdoblada se aferraba y extraviaba para no sentir, era un deambular constante entre el límite de lo real y lo irreal. Y su pobre alma torturada dormitaba resignada entre su piel y la muerte... O quizás estuviese vagando en busca de ayuda en otro mundo…”

– ¡Y fuiste vos quien lo liberó! –. Pronunció la voz, entre lágrimas que lo esclarecían todo – Sólo te apiadaste de él y jugaste a matarlo para volver a leerlo feliz…
Y sí, yo lo había hecho, yo le había devuelto al caballero su felicidad, sin saber que al hacerlo resignaría la mía, y terminé con su vida de muerte en el papel acabando estúpidamente también, con la vida de él, de mi a-mor en vivo y en colores, cómo pude ser tan tonta de hacerlo… él mismo, al verme tan desconsolada por leer la agonía del caballero, me había alcanzado el rifle, ese rifle de adorno que no sé porqué tuvimos alguna vez que colgar, a ninguno de los dos nos gustaban las armas pero alguien se lo había regalado diciendo que en una casa como la nuestra no podía faltar, y juramos juntos no cargarlo nunca, lo habíamos puesto en la pared que está en la chimenea, y acostumbrados a verlo nos había empezado a gustar y hasta nos sentíamos protegidos con él, aún sabiendo que no estaba cargado… Por eso fue que me lo dio y no dudé en disparar, él arrimó el libro, a su pecho, bien abierto y me dijo: – “Esta es tu oportunidad, hazlo por los dos, el caballero no merece estar muriendo así, vamos a darle su feliz final.” –. Y se lo di. Y al instante comencé a temblar, y sus ojos enormes me recorrieron desconcertados, y en su boca parecía querer abrirse una sonrisa, pero de repente mi cerebro saltó al vacío, mi cuerpo se volvió tieso y la luz de mi vida se apagó. Lo abrazaba y lloraba en forma automática, helándome por dentro hasta reaccionar y seguir respirando, casi por instinto. Y ya fuera de mí, tomé el libro agujereado tal como su corazón y entre dientes leí, que por causas inexplicables, el caballero finalmente murió.
Y con tranquilidad incongruente tiré esa obra abominable a la basura. No sé bien cuánto tiempo pasó hasta que golpearon la puerta y era mi hermana, que vivía justo en frente de nosotros, y al verme ajena entró y se ocupó de él como de ningún modo podría haberlo hecho yo. Y desde ese nuevo hilo de mi vida todo resultó opaco, triste y confuso. Si sé que las horas pasaron fue porque su cuerpo frío ya no estaba y yo no quise despedirme de él, porque sabía que él no podía estar ahí dentro, sabía que sus melenas ya no eran las mismas, él se había ido de viaje y yo lo esperaría, así. Mi hermana me hablaba, muchas cosas me decía, sólo me parece escucharla a lo lejos decir que no debía hablar con nadie, que ella trataría de arreglarlo todo, que se contactaría no sé con quién, que empacase mis cosas (¿me llevaría de viaje con él?), recuerdo bien que me miraba y me decía que debía limpiar todo y esperarla. Y al contarle cuánto lo amaba yo a él, me dijo yéndose y llorando que tan sólo él estaba de viaje y no quedaba más que esperar.
– Y acá estoy de viaje – vibró su voz, que ahora podía reconocer perfectamente. – El alma del caballero me trajo hasta aquí… Y desde aquí te amo, y aquí te espero, mientras construyo para los dos una casita azul… Y es cierto que no sabemos nunca cuando nos vamos a ir, pero si un día no das más, no olvides que en el estante flojo quedó La dama gris, quién sabe, a lo mejor puedas saber algo de cuando es que vas a venir.
Y así se fue, la voz, él, dejándome su paz. Y ahora bien sabía que él a mí me esperaría, hasta que mi alma, o quizás alguna otra alma, decidiera llevarme a su lado.